Tras la caída del Imperio de Occidente, el Imperio Romano de Oriente se mantiene en pie, principalmente gracias a sus instituciones sólidas y permanentes, su cohesión heredada de los griegos y el cristianismo. Paralelo al caos que se vive en Occidente, Bizancio se mantiene constante. Los emperadores bizantinos se consideran romanos, y mantuvieron la tradición en sus instituciones y tradiciones, pese a que, en el curso de los siglos, se acentuaron los elementos griegos y orientales (por ejemplo, el latín es reemplazado por el griego).
Organización política: el jefe máximo del Imperio Bizantino fue el emperador, dotado de poder absoluto. Entre sus atribuciones se encontraban: jefe supremo del Ejército, de la Iglesia y de la Administración del Estado y su título era hereditario. El poder del monarca descansaba sobre una sólida administración, ya que los funcionarios públicos destacaban por su erudición y eficiencia. El Imperio Bizantino continuó, hasta su caída, el sistema trazado por Constantino y Justiniano: centralización del poder, sistema jerárquico y división de funciones, todo esto contenido en un cuerpo de leyes creado por Justiniano: el Corpus Iuris Civiles. Finalmente, existió un Ejército Imperial.
La Iglesia Bizantina se separa de Roma: mientras que en Occidente el poder espiritual aumenta en la medida en que el temporal se debilita, en Oriente ocurre lo contrario: el emperador tiene cada vez más poder sobre la Iglesia y la máxima autoridad: el Patriarca de Constantinopla. Ambas Iglesias se enfrentan en diferentes conflictos: el Patriarca rechaza la doctrina de que el Papa de Roma tiene autoridad sobre la Iglesia entera, disputas acerca del culto a los íconos (iconoclastia), etc. En el año 1054, el Papa León IX y el Patriarca Miguel Cerulario se excomulgan mutuamente y se produce la ruptura definitiva: la Iglesia de Oriente se separa del Papa en Roma y se constituye como Iglesia griega Ortodoxa.
domingo, 17 de mayo de 2009
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